Disfrutar del camino

Seguramente que, en cierto momento de nuestras vidas, surgió en nosotros la inquietud y la necesidad de buscar el modo de sentirnos mejor, de conocernos más profundamente y de emprender el camino hacia el bienestar y la felicidad.

Con el tiempo descubrimos que se trataba de un viaje hacia el interior de nosotros mismos, que ya poseíamos todas las actitudes y cualidades para lograr ese estado y que se trataba, más bien, de una labor de des-aprender, de vaciarse y de liberación, para permitir que emergiera nuestra verdadera naturaleza.

Pero aunque reconozcamos en nuestro interior la semilla de la calma y del bienestar, lo que algunos llaman “el buda interior”, todavía convivimos con hábitos físicos y mentales poco saludables, esquemas y prejuicios, pensamientos obsesivos, rumiaciones, miedos e inseguridades; en fin, una importante carga subconsciente que nos obstaculiza, en muchas ocasiones, que seamos conscientes de nuestra esencia real.

El desarrollo de la consciencia sólo se consigue con una actitud proactiva. No podemos quedarnos sentados y esperar a que nos llegue la “iluminación”. Aunque el Buda se iluminó, precisamente sentado, bajo el árbol de bodhi, también recorrió un largo camino que hizo posible esa iluminación.

En este tiempo hemos descubierto técnicas y herramientas que, día a día, nos ayudan a establecernos en nuestro ser. Prácticas que nos permiten diferenciar nuestra consciencia de nuestros pensamientos, evitando, de este modo, la identificación con los mismos.

Pero para ello, es necesario un continuo estado de atención, logrando sustituir los mecanismos automáticos y las tendencias poco saludables por el hábito de la atención plena y la presencia. Como decía Albert Einstein: “Locura es seguir haciendo lo mismo y esperar resultados diferentes”.

Pienso que sólo a través de la voluntad y la persistencia en la práctica, se van abriendo claros en el torbellino de nuestra mente, momentos de verdadera lucidez. Por eso, creo que se trata de una tarea y un compromiso vital para afrontar con alegría e ilusión, disfrutando del propio proceso, del propio camino. La práctica nos descubre los momentos de mayor intimidad con nosotros mismos, momentos en los que podemos sentirnos plenos, conociendo poco a poco lo maravilloso que hay en nosotros, para poder admitir así nuestra limitaciones con mayor benevolencia. Y es que no puede haber una empresa más audaz, ni un viaje más fascinante que el que hemos emprendido hacia el reconocimiento de nuestro ser.

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